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9/6/11

El extraño caso de la bolsa extraviada



Veracruz, Ver., junio de 2011.- En días pasados Ale y yo protagonizamos una aventura que podría formar parte de una de esas películas mexicanas llenas de humor y absurdo involuntario. Todo comenzó con la brillante idea de rentar un lugar en la feria ganadera de Ilang Ilang, que desde hace más de 40 años se realiza en el puerto con mucho éxito, aunque en los últimos tiempos ha decaído, según dice la gente, debido a balaceras y otros hechos de violencia ocurridos aquí, como en todo el país desde que llegó al gobierno Felipe Calderón y declaró la guerra al narcotráfico.

El hecho es que luego de recorrer la feria vimos que había posibilidad de vender la joyería en “oro laminado” que ya tenemos en nuestro negocio establecido. Acudimos a la administración y después de una larga antesala nos recibió la jefa de la oficina: mariafelix, tal como lo pronuncia la gente, para diferenciar el homónimo tan fuerte de María Félix. No obstante lo ocupada y demandada que estaba, mariafelix nos recibió con amabilidad y nos ofreció un descuento de 500 pesos, dado que ya había empezado la feria, con lo cual el monto de la renta por los 14 días restantes quedaba en $7500. Luego nos acompañó en persona a nuestro stand, que según dijo estaba estratégicamente ubicado. En realidad era un pedazo de suelo de 3x3, delimitado de los puestos vecinos por láminas, pero sin nada en el frente ni atrás, “listo para instalarle la luz” (por nuestra cuenta).

Al otro día compré ocho metros de hule negro, que sería nuestra protección al cerrar el stand, cable, focos y demás material necesario, y por la noche ya estábamos instalados ofreciendo nuestra mercancía, aunque el alumbrado no era el ideal, por lo improvisado de nuestra asistencia a la ganadera.


Vendimos algo, y a la media noche, ya rendidos por todo el día de trabajo en el negocio establecido y en el puesto en la feria, nos dispusimos a guardar la mercancía. Terminamos una hora después, molidos por el esfuerzo extra. Cargamos las bolsas y mochilas con la mercancía y más adelante me di cuenta que faltaba una bolsa. Regresamos; indagando, la vecina del lado derecho, una yucateca que vendía ropa típica de su región, nos informó que ella había visto que el señor que ofrecía toques había tomado una bolsa negra que estaba olvidada y se la llevó.

Tras buscar en los alrededores por fin apareció el toques. Explicó que, efectivamente vio la bolsa olvidada, la tomó “para buscar al dueño” pero fue visto por un policía, quien lo condujo ante su superior, “un comandante” a juzgar por las insignias que portaba en las hombreras de su uniforme. El jefe lo interrogó, tomó sus datos y le dijo que podía retirarse, luego de decomisarle la bolsa. Fuimos entonces al puesto de control de la policía, donde referimos lo ocurrido. Nos preguntaron nombre, ocupación, domicilio, edad y qué contenía la bolsa. Dijimos que era “bisutería fina”, para evitar ambiciones, e hicimos énfasis en que tenía apariencia de oro pero en realidad tenía muy poco valor en el mercado.

El toques repitió que vio la bolsa, al no ver al dueño la levantó, cuando fue visto por el policía que lo llevó con su jefe. Agregó que los uniformados portaban armas de fuego, lo que hizo concluir a los policías municipales que se trataba de policías de otros municipios o estatales, que llegaron para reforzar la vigilancia de la feria.

Para despejar dudas, el comandante mandó llamar a todos los hombres a su mando para ver si el toques identificaba al que lo había detenido y al que se quedó con la bolsa. Se formaron sin orden altos, bajos, gordos, flacos, morenos, blancos, somnolientos, vivarachos, con o sin bigote, cachetones, chupados, avispados, zonsos, sin que el toques identificara a los susodichos.

El comandante –quien era el más chaparrito de todos- ordenó a sus hombres romper filas, e indignado por que pudiera quedar en duda la honestidad de “su gente” dispuso que los uniformados, con el toques a la cabeza, buscaran a los policías entre los otros agrupamientos desplegados por toda la feria. Con los afectados (o sea, nosotros) a la retaguardia, comenzó un recorrido por todo el terreno que la Asociación Ganadera destina para la feria, calculé de unas dos hectáreas. En dos o tres puestos de vigilancia se repitió la escena: al oír la historia, el comandante del grupo ordenaba a sus hombres formarse ante el toques, quien luego de pasar revista concluía que no estaban ahí los que decomisaron la bolsa.

Alrededor de las tres de la madrugada llegamos al último punto que faltaba por revisar: un terreno totalmente oscuro donde policías estatales habían improvisado un campamento para dormir, ya fuera sobre el piso o dentro de sus patrullas. Si los uniformados que describía el toques traían armas, era muy probable que ahí se encontraran, explicó el comandante municipal de Veracruz, ya que ese lugar era el destinado a los policías estatales, los únicos autorizados para portar armas de fuego.

Tras oír la historia, el comandante del grupo dio la orden de formarse, de manera que empezaron a salir de sus patrullas unos, otros se levantaban del suelo, todos somnolientos, despeinados y despistados. Ya formados sólo se veían sombras de diferentes estaturas, aun cuando prendieron un reflector que deslumbraba en lugar de ayudar a ver mejor. Enojado al oír lo de las insignias en las hombreras, lo que lo hacía sospechoso, el comandante de ese grupo amenazó al toques con demandarlo ante el ministerio público, donde tendría que sostener lo dicho. Intimidado, el toques dijo que no distinguía entre las sombras a los buscados. Entonces se acordó regresar a las ocho de la mañana, que es cuando los uniformados comienzan sus labores, para volver a pasar revista.

Regresamos a la hora convenida, pero el toques no apareció, ni los policías municipales de Veracruz y su comandante, por cambio de turno. Sólo estaban los estatales, que estaban comisionados ahí de fijo durante la feria. El comandante, alto, blanco, con insignias en los hombros, como lo describía el toques, nos aseguró que haría todo lo posible por aclarar el caso, pues él sabía cómo tratar a sus hombres y hacerlos decir la verdad.

Nos pidió un número de teléfono. Le dejamos el número de Ale y fuimos a desayunar a un restaurante cercano. No mucho tiempo después sonó el celular. Era el comandante. Quería platicar. Le dijimos dónde estábamos, llegó poco después, con algo envuelto en un periódico. Era parte de la mercancía que venía en la bolsa extraviada. Nos hizo firmar un papel “de conformidad” con lo recibido, donde nos desistíamos de levantar un acta ante el ministerio público.

Así, a la mexicana, se resolvió el extraño caso de la bolsa extraviada.

 

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El autor

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Localidad: Tierra, Región: Vía Láctea, Mexico
Pasante de la universidad de la vida, realiza estudios en ocio creativo y aplanado de calles y caminos con maestros como el profesor emérito Papirolas, el artista callejero Llanero Solitito y el padre Chinchachoma, protector de los niños de la calle. También le han dejado grandes enseñanzas los trotamundos argentinos denominados crotos en honor al gobernante de apellido Crotto, que permitió a los vagabundos viajar en los trenes sin pagar boleto. Los crotos proponen para mejorar la sociedad, entre otras cosas, volver al trueque, lograr que el trabajo sea creativo y edificante para los individuos, caminar o utilizar vehículos que no contaminan, como la bicicleta; en vez de vivir para acumular, traer a cuestas únicamente lo que se pueda cargar en una mochila; en síntesis, sustituir el ser por el tener. En su formación también ha recibido influencia de los anarquistas y socialistas utópicos, de los beatniks estadunidenses como Jack Kerouac, de los jipis promotores del amor y la paz, y de trovadores como José Alfredo Jiménez, Bob Dylan, Chavela Vargas, Rockdrigo González, Joaquín Sabina y José Cruz.

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