Con afecto para Asmah
Rebasa los 80 años, pero es más vital e independiente que muchos veinteañeros. Maneja su vochito de tú a tú con taxistas, microbuseros y demás cafres que aceleran sus máquinas desbocadas por las calles de la ciudad de México, vive sola en su amplio departamento de los rumbos de Plateros, y sigue peleándose con medio mundo por lo que le indigna de la vida política y social del país, como lo ha hecho desde joven esta mujer que sin proponérselo es pionera en la lucha feminista.
Entre un café y otro, María Urquidi rememora con claridad pasajes de su agitada existencia, aunque sus recuerdos fluyen a destellos, sin orden, como es la vida misma:
-Mi infancia fue de viajes interesantes. Todos los hijos de mis padres nacimos en diferentes países. Mi papá era diplomático del gobierno mexicano, así que mi hermano Víctor nació en París, yo en Londres y mi hermana en Bogotá. Desde pequeños conocimos e hicimos amistad con gente extraordinaria, como los grandes pilotos que hicieron los primeros viajes trasatlánticos en avión.
En la capital colombiana veíamos a Esperanza Iris, Guadalupe Rivas Cacho y demás artistas que iban desde México para hacer sus funciones, en tiempos en que eran viajes bárbaros para llegar a Colombia. Me acuerdo que para llegar tuvimos que ir a Cuba, luego a Nueva York, tomar un barco, y luego en lancha viajar por el río Magdalena varios días.
Mi mamá conoció a Sandino en Nicaragua. Inclusive un hermano de ella se casó con una prima hermana del revolucionario nicaragüense. Entonces, cuando papá estaba en El Salvador como embajador de México llegó Sandino con su estado mayor, camino a nuestro país, donde se refugió, entre 1927 y 1929. Todas las fotos que aparecieron en periódicos y revistas de esa época las tomó mi mamá con su cámara Kodak. Nos llevaron a mis hermanos y a mí afuera de San Salvador para recibirlo. El presidente no permitió que Sandino entrara a la ciudad, por temor a que hubiera levantamientos contra la embajada estadunidense.
Me acuerdo también cuando de chica estaba con mis primos en Chapultepec y Juan Silveti, el torero, se volcó en su auto con su familia y nosotros le ayudamos... Mi mamá fue en el primer vuelo de la Pan American de México a El Salvador. Con su camarita tomó fotos del volcán que estaba haciendo erupción en Guatemala. Nos tomó cinco días ir de la ciudad de México a la frontera de Chiapas con Guatemala en tren, sentados en bancos de madera.
Mi mamá se llamaba Mary, era de padres ingleses pero creció en Nicaragua y fue a estudiar enfermería a Nueva York, donde conoció a mi papá. Ella hablaba español con acento nicaragüense. Escribió un libro sobre España. Fue enfermera durante la Guerra Civil española.
Mi papá, Juan Francisco Urquidi, fue amigo muy cercano de Francisco I. Madero; mi tío Manuel fue de los primeros que organizaron los clubes antirreeleccionistas con Madero. Las primeras reuniones se hacían en casa de mi tía Catalina Urquidi de Bueno. Papá tenía lo que llamaban derecho de picaporte en Palacio Nacional. Pero cuando Victoriano Huerta traicionó a Madero, en el momento que lo hizo prisionero, los hermanos Urquidi tuvieron que huir rápidamente, porque fueron señalados por Huerta para ser asesinados. Entonces se fueron a Nueva York y ahí mi papá conoció a mi mamá.
Mi abuelo fue amigo de Benito Juárez. Mi mamá era muy independiente, y tenía ideas socialistas; en España tuvo contacto con La Pasionaria. En mi familia todos estábamos del lado republicano a morir. Mi tía Carlota tuvo una imprenta clandestina durante la época revolucionaria de Madero. Mi mamá y mi papá nos dieron una educación muy liberal. Papá era anticlerical, como sus abuelos y sus papás. El se decía librepensador. Yo me considero atea de nacimiento, igual mis hijos y mis nietos, aunque hay parientes míos que son muy clericales o religiosos.
Mi hermano se llama Víctor L. Urquidi (murió poco después de esta charla). Es un economista muy famoso. Fue el único mexicano miembro del Club de Roma, formado en Italia, muy preocupado por el futuro del planeta. Víctor ha escrito muchos libros y artículos. Fue presidente de El Colegio de México 19 años y actualmente es profesor emérito.
Mi padrino de bautizo fue Alberto J. Pani, ingeniero revolucionario que tuvo puestos importantes durante el gobierno de Alvaro Obregón. Si no me equivoco, fue uno de los fudadores del Banco de México. El padrino de mi hermana Magdalena fue Isidro Fabela. Eran amistades muy íntimas de mi papá. El padrino de mi hermano fue el hermano de la esposa de Madero, Sara Pérez, Manuel Pérez.
Mi mamá contaba anécdotas muy simpáticas, como aquella de cuando estaban en París ella y mi papá, y fueron al cine. En un momento ella volteó y le dijo a mi papá en español, para que no le entendieran: “no voltees, pero hay un hombre tan feo, tan feo atrás de nosotros”. Años después se conocieron ella y Diego Rivera, y el pintor le dijo: “ah, con que soy un hombre tan feo, tan feo”.
Cuando papá estaba en Nueva York exiliado publicó una revista en español que se llamaba El Universal, de política, arte y literatura. En la imprenta donde se hacía la revista trabajaba León Trotsky, quien también estaba exiliado. De vez en cuando se iban a tomar una copa. Muchos años después, en Bellas Artes, en el intermedio de un concierto se encontraron con Trotsky, ya exiliado aquí, y los reconoció y saludó: “Señor y señora Urquidi, qué gusto volver a verlos”.
Mi medio hermano René... esa es otra historia... era detective, era hijo ilegítimo de mi mamá, pero ella no lo crió, se lo regaló a una hermana que no podía tener hijos. Cuando este muchacho tenía 18 años, mi mamá, que tenía puntadas rarísimas, decidió recuperarlo y de repente –nosotros no sabíamos que era nuestro hermano, lo conocíamos como primo- teníamos un hermano mayor; mi hermano, que hasta entonces había sido el mayor, se sintió desplazado y se generó un conflicto familiar, pero mi papá lo adoptó legalmente para que pudiera usar el apellido Urquidi en pasaportes diplomáticos, y empezó a viajar con nosotros.
René, en el momento de la muerte de Trotsky era detective de la policía. El hablaba varios idiomas y lo tenían de intérprete para el caso del presunto asesino.
Viajábamos constantemente. Era empacar toda la casa, y todos participábamos en ordenar las cosas en grandes baúles. A veces llevábamos hasta el coche en el barco. Yo no sé cuántas veces cruzamos el océano Atlántico.
Era maravilloso, porque papá y mamá nos enseñaron a ver cada movimiento de ésos como una aventura nueva. Nos explicaban: “vamos a conocer gente y lugares nuevos...” Yo estuve como en 15 escuelas en 12 años de primaria y lo que equivaldría a secundaria, y jamás me molestó en lo más mínimo. Yo era una chica un poco aislada, me gustaba hacer cosas yo sola. Por ejemplo, en Madrid me ponía mis patines y me iba a patinar por las avenidas; no tenía muchos amigos, en cambio mi hermana sí y le causaba un poquito más problema tanto cambio.
Yo no me sentía vinculada con la gente. Habíamos hablado inglés y español desde pequeños y de repente empecé a preguntarme dónde estaban mis raíces. En los años 60 me fui a Chihuahua, empecé a buscar en archivos y me convertí, sin saber cómo y por qué, en historiadora del estado. Me han publicado algunas cosas. Fue hasta entonces que conocí mi pasado lejano. Yo no sé por qué mi papá y mis tíos no nos habían aleccionado sobre el pasado de los Urquidi en Chihuahua, que es muy importante. Estuvieron en todos los grandes movimientos sociales, desde la Independencia. Fue entonces que empecé a ver que es muy difícil definir qué carajos es lo mexicano. ¿Qué tienen que ver los blancos de Chihuahua con los indígenas de Chiapas?
Mis maridos
Cuando tenía yo 17 o 18 años mi mamá me casó. Mi papá acababa de morir. Murió joven, de pulmonía, en una época en la cual todavía no había antibióticos. Mi mamá averiguó que estaba yo acostándome con un muchacho y nos llevó por la fuerza al Registro Civil, con la ayuda de mi medio hermano detective, y me casó. La alternativa era: él se iba a la cárcel y yo al reformatorio. No vivimos juntos, porque no le convenía al muchacho por su familia, y al año mi mamá nos divorció. Fue la primera vez en mi vida que me sentí impotente. La mayoría de edad en esa época era a los 21 años, y mientras no cumpliera yo los 21 estaba bajo el control de mi mamá o de mi marido. Empecé a acudir a psicoanálisis con Pascual de Roncard, que acababa de venir como refugiado español.
Después me casé con un arquitecto francomexicano. Duramos nueve años y tuvimos dos hijos. En esta ocasión me casé porque me dio la gana. Después me divorcié de él y me casé... ¿con quién? mmm (risas), pero en el intermedio tuve varios amoríos. En fin, no era yo una santita, porque siempre pensé que yo era dueña de mí misma, que mi cuerpo era mío y yo hacía lo que quería con él. El mío era un feminismo muy radical, antes de la revolución feminista en Estados Unidos.
Después me casé con el arquitecto Armando Franco. Peleamos como gato y perro durante 25 años y luego me fui a Canadá como profesora invitada en una universidad de Vancouver por cuatro meses, pero estando ahí conocí a un canadiense 30 años más joven que yo, pero compaginamos en una forma tan extraordinaria que duramos viviendo juntos como 11 años.
Mi último marido es el papá de mis dos hijos menores, Armando e Iliana. Todavía nos hablamos y nos vemos. Yo no puedo guardar rencores y enojos, me olvido de qué se trataba el pleito, a veces desayunamos juntos con los hijos.
Tina Modotti, la chava del Doctor Atl, de apellido Mondragón, la Rivas Mercado... fueron de mi época, pero nunca tuve noticias de ellas, hasta después.
Eramos una familia de clase media alta, a veces con dinero, a veces sin dinero, pero esto no tenía ninguna importancia. Mis padres nos enseñaron que todo el mundo es igual y el dinero va y viene. Tuvimos una educación absolutamente liberal, pero no estábamos en contacto con la vida bohemia, aunque mi papá era amigo de Tata Nacho y de todos los grandes poetas de la época, así como de Isidro Fabela, Alfonso Reyes...
Nos educaron bien, en escuelas inglesas no católicas. Cuando estábamos en Madrid la escuelita era muy mediocre y entonces nos mandaron a Portugal, a un internado inglés, a mi hermana y a mí, porque la única alternativa en Madrid era una escuela de monjas, y papá y mamá ni de chiste aceptaban inscribirnos ahí.
Cuando papá era embajador de México en Uruguay se estableció la República española y se echó fuera al reyecito ése, Alfonso XIII, y papá nos llevó a España, a la toma de posesión de Alcalá Zamora, porque le parecía muy importante que hubiese una república en España.
Cuando empezó la guerra civil, mamá y papá nos llevaron a Inglaterra a mi hermana y a mí y nos metieron a un internado. Así es que tuvimos muy buena educación, muy variada, interrumpida constantemente y sin embargo continua, porque la lectura siempre era importante, así como pensar y opinar. Mi hermano Víctor sí hizo una carrera muy clara. En Madrid lo metieron a una escuela técnica, que no me quiso aceptar a mí por ser mujer.
Durante la Guerra Civil española papá estuvo con mamá en Madrid, en la embajada mexicana, adonde llegaban personas de todas las posiciones, desde nobles hasta gente humilde, a pedir asilo. Llegaron a asilar más de mil personas. El era el ministro consejero. El embajador era Pérez Treviño. Cuando mandaron a un nuevo embajador, mamá y papá nos fueron a recoger a Inglaterra y nos trajeron a México a mi hermana y a mí. Mi hermano se quedó en Londres, donde terminó su carrera de economista.
Cuando llegamos de Inglaterra no podíamos entrar a la secundaria -yo ya tenía 15 años-, porque no teníamos certificado de primaria. El Colegio Americano fue el único que nos aceptó en la secundaria. Al terminar empecé a trabajar; papá murió poco después. Yo había aprendido taquigrafía y mecanografía. Me quedé trunca en estudios, pero me pasé toda la vida tomando cursos en Mascarones, en Filosofía y Letras de la UNAM y en donde pudiera. Fue hasta los 54 años, con hijos ya egresados o estudiando en la universidad, que acudí al Consejo Universitario para pedir que me aceptaran sin los certificados correspondientes. Me dijeron que si pasaba el examen de ingreso me aceptaban. Lo pasé y entré a la carrera de Ciencias Políticas. Esto fue en 1967-1968.
Cursé los primeros dos años al mismo tiempo que trabajaba de gerente en la Cámara de Comercio México-Estados Unidos. Estaban en ese momento poniéndole trabas a la exportación de textiles de México y entonces (el presidente Luis) Echeverría tenía interés en que a través de medios empresariales se pudieran comunicar con el Congreso estadounidense y pelear el asunto a favor de nuestro país. Quise estudiar porque me sentía incompleta. Yo sentía que debía tener una carrera. De joven, en la época que mi mamá me casó con ese chico, yo quería estudiar medicina, pero no fue posible. Papá murió, mamá me casó, y entré a trabajar. Con los años seguía con esa idea y cuando tuve 54 años me parecía que ya no había tiempo suficiente, porque la carrera de medicina es muy larga. Militaba en el Movimiento Nacional de Mujeres, y pensé: de perdida me meto a Ciencias Políticas, porque esto me va a permitir moverme más en este campo.
La verdad es que la ciencia política no te ayuda a nada, pero en fin, hice los dos años aquí, y cuando alguien me invitó a ser profesora visitante en la universidad de Vancouver como historiadora, para dar un curso que se llamaba México contemporáneo, acepté. Trabajaba como historiadora en el Colegio de México, que me dio unas cartas donde certificaba que había hecho un trabajo muy interesante sobre Chihuahua. Interrumpí mis estudios en la UNAM, di mi curso allá y empecé a vivir con el canadiense. Tengo mi certificado de maestría en ciencia política por la universidad de Vancouver, sin haber hecho aquí ya no digamos la licenciatura: ni la secundaria.
Todo ha sido accidental en mi vida, he aprovechado los momentos, las cosas que se me han presentado –sentencia María cuando el café y el tiempo se han terminado.
(Agosto de 2003).
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El autor
- Croto
- Localidad: Tierra, Región: Vía Láctea, Mexico
- Pasante de la universidad de la vida, realiza estudios en ocio creativo y aplanado de calles y caminos con maestros como el profesor emérito Papirolas, el artista callejero Llanero Solitito y el padre Chinchachoma, protector de los niños de la calle. También le han dejado grandes enseñanzas los trotamundos argentinos denominados crotos en honor al gobernante de apellido Crotto, que permitió a los vagabundos viajar en los trenes sin pagar boleto. Los crotos proponen para mejorar la sociedad, entre otras cosas, volver al trueque, lograr que el trabajo sea creativo y edificante para los individuos, caminar o utilizar vehículos que no contaminan, como la bicicleta; en vez de vivir para acumular, traer a cuestas únicamente lo que se pueda cargar en una mochila; en síntesis, sustituir el ser por el tener. En su formación también ha recibido influencia de los anarquistas y socialistas utópicos, de los beatniks estadunidenses como Jack Kerouac, de los jipis promotores del amor y la paz, y de trovadores como José Alfredo Jiménez, Bob Dylan, Chavela Vargas, Rockdrigo González, Joaquín Sabina y José Cruz.
2 comentarios:
Croto.
Està publicada la entrevista, porque el ritmo de esta la escritura es deliciosa, y el personaje interesantisimo.
felicidades.
saludos Mario
Mujer necia pues... quien la viera ahora a sus casi cien años, peleando con su dentista.
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