Añoranzas agridulces
huir de las llamas
cambiar la hostia
tomar vericuetos
hoja al viento
fuga, la divisa
30/10/10
23/10/10
¿Qué?
Hace mucho tiempo no dormía como esa noche. Después de un día pesado llegó a casa y en cuanto se acostó cayó como tabla. Ni una vez se levantó al baño como solía hacer, ni escuchó el ruido del aire acondicionado, al que no acababa de acostumbrarse; oriundo de tierra fría, los mosquitos y la dependencia del clima artificial le hacían sufrir en el trópico. Ni siquiera escuchó el rugido del camión que el vecino transportista echa a andar puntualmente a las 5 de la madrugada. Tampoco oyó la aguda alarma que lo despierta sin falta a las 6:30.
De no ser porque su mujer lo sacudió varias veces, hubiera seguido volando lejos de las calamidades mundanas, sobre un fresco bosque de coníferas que añoraba en una ciudad erosionada por los vientos y los gobiernos que confunden la modernidad con el concreto; lo más agradable era el silencio que prevalecía en ese lugar tan lejano a las calles sucias, ruidosas y malolientes que recorría todos los días. A la primera sacudida perdió el poder de suspenderse en el aire y comenzó a caer desde la altura. Como siempre, despertó un instante antes de estrellarse en el suelo. Por fin se levantó, se aseó y se dispuso a salir hacia sus obligaciones diarias.
Al despedirse de su esposa y ver sus gesticulaciones como en una película de cine mudo, descubrió la causa del sueño tan profundo que experimentó en la noche: la disminución gradual de su capacidad auditiva que se le había diagnosticado llegó a su límite. Había quedado sordo.
De no ser porque su mujer lo sacudió varias veces, hubiera seguido volando lejos de las calamidades mundanas, sobre un fresco bosque de coníferas que añoraba en una ciudad erosionada por los vientos y los gobiernos que confunden la modernidad con el concreto; lo más agradable era el silencio que prevalecía en ese lugar tan lejano a las calles sucias, ruidosas y malolientes que recorría todos los días. A la primera sacudida perdió el poder de suspenderse en el aire y comenzó a caer desde la altura. Como siempre, despertó un instante antes de estrellarse en el suelo. Por fin se levantó, se aseó y se dispuso a salir hacia sus obligaciones diarias.
Al despedirse de su esposa y ver sus gesticulaciones como en una película de cine mudo, descubrió la causa del sueño tan profundo que experimentó en la noche: la disminución gradual de su capacidad auditiva que se le había diagnosticado llegó a su límite. Había quedado sordo.
13/10/10
Ecoaldeas, !Sí se puede!
Ma. José Ferrada Lefenda
Tanto en nuestro país como en diferentes partes del mundo, las ecoaldeas ofrecen una oportunidad para todos aquellos que se interesan por habitar un espacio ecológico y comunitario.
La ecoaldea es un asentamiento a escala humana, de rasgos holísticos, donde las actividades humanas están integradas al mundo natural de manera no dañina, de tal forma que apoyen un desarrollo humano saludable, que pueda continuar indefinidamente en el futuro.
Se trata de personas que, frente al deterioro de la calidad de vida propio de las grandes ciudades y la destrucción del medio ambiente que éste desgraciadamente ha implicado, deciden habitar un espacio que se caracteriza por ser ecológico y comunitario.
Son lugares que, integrados ya sea por una decena o un centenar de personas, proponen un nuevo tipo de relaciones cooperativas y, por lo mismo, más humanas, en que se contemplan las funciones de una vida normal, como vivienda, alimento, industria, descanso y vida social en una escala equilibrada. En lugar del acostumbrado fin de dominar la naturaleza, se busca un encuentro con ella, que permita un desarrollo saludable del ser humano, lo que implica un crecimiento integral y equilibrado en los planos físico, emocional, mental y espiritual.
A pesar de que para muchos lectores puede parecer un sueño, se trata de una realidad que con trabajo y mucha paciencia se lleva a cabo no sólo en nuestro país, sino también a escala planetaria, a través de una red mundial integrada por medio centenar de aldeas ecológicas en el mundo.
Esta idea nace en los años sesenta, cuando aparecen las primeras ecoaldeas y se formula el concepto de permacultura, que consiste básicamente en la combinación de un respeto profundo por la naturaleza con la sustentabilidad económica.
Luego de cuarenta años del inicio del "movimiento verde", que comenzó con mayor presencia en América del Norte y Europa, hoy nos encontramos ante una expansión general a nivel planetario.
A las ecoaldeas chilenas (Portezuelo y Pualafquén), se suman otras experiencias a diferente escala en países como Argentina, México, Sudáfrica, India y Sri Lanka, donde una red de más de diez mil aldeas, con alrededor de nueve millones de habitantes, ha alcanzado la sustentabilidad alimentaria, comprobando la tesis de que la permacultura, una vez equilibrado el ecosistema, asegura su propia sustentabilidad.
Características de las Ecoaldeas
La construcción de un hábitat que respete el entorno es una de las principales características que definen el paisaje y las virtudes de las ecoaldeas.
De esta manera, en el área de la construcción ambiental, una ecoaldea debería contemplar el empleo de materiales naturales, el uso de fuentes energéticas renovables y la minimización de la necesidad de transporte motorizado, a lo que se suma el desafío de que las construcciones albergadas en su interior tengan un equilibrio entre lugares públicos y privados, que estimulen de esta forma la interacción comunitaria y den cabida a espacios de diversidad y creatividad.
Por lo general, las construcciones priorizan criterios estéticos y técnicos que se adecuen a su entorno.
Uno de los sistemas más utilizados es el cordwood, que consiste en albañilería con leños, que garantiza una larga duración. No se trata de una idea nueva, ya que en países como Francia se ha utilizado con excelentes resultados en casas que ya cuentan con cuatrocientos años de antigüedad. Las paredes de treinta centímetros de espesor, propias de estas construcciones, tienen un excelente aislamiento, que permite aprovechar y retener el fresco o el calor según la época del año.
Pero no es ésta la única opción, pues como la idea es respetar el ecosistema existente en cada una de las aldeas, las construcciones se adaptan al entorno y a los materiales ofrecidos por éste, de manera que se pueden encontrar construcciones en las que se utiliza no sólo madera, sino también piedra, mezclas de materiales provenientes de la tierra, reciclando de paso espacios preexistentes.
También la producción de los alimentos y de energía en la mayoría de los casos se integra con este hábitat. Un ejemplo es el método utilizado en la ecovilla argentina "Gaia", donde el régimen de vientos de la Pampa Húmeda favorece el uso de la energía eólica asegurando, de esta manera, todos los servicios de la vida urbana, incluso el acceso a Internet y la obtención de agua potable de napa.
A este caso, se suman muchos otros en los que los requerimientos básicos se obtienen mediante la energía solar, la leña, reciclando de esta manera técnicas de diversos orígenes, como de la cultura mapuche en el caso chileno, destacando así la importancia de la interacción e intercambio de información de las distintas ecoaldeas del mundo no sólo entre sí, sino también con culturas ancestrales.
Así como una de las principales características de las ecoaldeas es este respeto por el entorno a nivel arquitectónico, existe un gran cuidado por generar espacios libres de contaminación, donde los cultivos orgánicos y armónicos con el hábitat dan lugar a experiencias productivas en las que se logra una perfecta complementación entre métodos de tipo artesanal e industrial en pequeña escala.
A todo lo anterior, se suma el desafío por llegar a la construcción de relaciones que, basadas en el respeto, permitan una armonía en la asignación de recursos y la distribución de excedentes, pues como señalan los partícipes en este proyecto, se trata de plantear no sólo un espacio físico, sino también un espacio para un nuevo modelo de relaciones en las que, en contraste con las que se dan en los grandes asentamientos humanos donde el principal criterio es el de la gran escala y el de la especialización, se opta por una integración de las funciones.
Lo anterior no implica que las ecoaldeas pretendan ser completamente autosuficientes y aisladas, sino que más bien se busca un contacto mutuo y permanente con comunidades vecinas, donde se establece un espacio para el aprendizaje y la comunicación.
Un ejemplo de esto son las actividades desarrolladas por el ecopueblo Pualafquén, ubicado a pocos kilómetros del balneario de Coñaripe y del Lago Calafquén, y colindante con la reserva ecológica que lleva el mismo nombre de la ecoaldea. Como señala Hans Hebel, uno de los gestores del proyecto, "en este momento, se están desarrollando varios proyectos de silvicultura sostenible, agricultura orgánica y floricultura, además del desarrollo de la artesanía local en lana y madera. Del mismo modo, se han logrado progresos en la educación básica de los niños y niñas del sector. En ese sentido, se está capacitando a maestros rurales en las artes de la construcción ecológica tratando también de formar conciencia comunitaria en los vecinos del sector".
De igual forma, en la ecoaldea "Portezuelo", ubicada en la Región del Maule, a cincuenta kilómetros de distancia de los embalses Colbún y Machicura y cercana a las termas de Panimávida y Quinamávida, se desarrollan talleres en torno al concepto de permacultura, terapias, sanaciones y artesanía de la zona.
Tareas y Desafíos
Es importante destacar que, a pesar de que la palabra ecoaldea en un primer momento puede sugerir la idea de una aldea rural tradicional, de tecnología precaria, la experiencia muestra lo contrario, ya que el término pretende más bien enfatizar la importancia de la dimensión social de la "comunidad", ya sea en un ambiente rural o urbano. De esta manera, los habitantes de las ecoaldeas no rechazan la tecnología moderna, sino que promueven su uso de una manera sustentable, es decir, tratando de construir asentamientos que satisfagan los requerimientos de la comunidad. Tal como señala el Dr. J.T. Ross Jackson en su documento sobre el movimiento ecoaldeas, se trata de crear un espacio "que provea una alta calidad de vida sin tomar más de la tierra que lo que se le devuelve. Aspiramos a una sociedad que no niegue la tecnología existente, pero que considere la tecnología como un sirviente y no como un amo."
Otro de los desafíos que deben resolver los habitantes de estos asentamientos es el desarrollo de un sistema económico capaz de sostener el desenvolvimiento humano, partiendo del principio de la equidad y de la no-explotación de las personas. Por lo mismo, los proyectos se enfocan hacia determinar y desarrollar actividades económicas sustentables en relación tanto con los aldeanos como con el ambiente, lo que claramente dependerá de las características de cada lugar y de las capacidades de sus habitantes.
El sistema político que se adoptará es otro punto crucial, es decir, cómo se tomarán las decisiones y cómo se harán cumplir las decisiones comunitarias. Las posibilidades son tan amplias como la cantidad de ecoaldeas existentes; pero está claro que, con diferentes matices, el concepto que prima es el de re-establecer el concepto de comunidad.
De esta manera, las propuestas ofrecidas por las diferentes ecoaldeas constituyen no sólo un desafío para sí mismas, sino también un amplio campo de experimentación y de aprendizaje en pequeña escala, cuyos resultados pueden probar que son posibles otras formas alternativas de vida, en armonía con el planeta.
Aunque en la actualidad muchos de los participantes de estos proyectos concuerdan en que no hay ecoaldeas "terminadas", que cumplan con los requisitos de la definición de ecoaldea, lo que existe son muchos grupos distintos, con diferentes grados de desarrollo, cuyos esfuerzos están focalizados hacia demostrar la posibilidad de alcanzar estos patrones concretos de vida sustentable.
Nuestro País
En Chile, existen las dos ecoaldeas ya mencionadas, Pualafquén y Portezuelo, cuyos integrantes trabajan con paciencia y esfuerzo para llevar a cabo cada uno de los proyectos.
Como señala Hans Hebel, gestor del ecopueblo Pualafquén, la motivación que los impulsa es la de "crear un espacio que permita el contacto directo con la naturaleza, para reencontrarse consigo mismo inserto en la creación divina, enseñar nuevas tecnologías blandas de ecoconstrucción, crear un vínculo simbiótico entre los fundadores del ecopueblo y su entorno social predominantemente mapuche y, finalmente, crear conciencia respecto a los valores transgeneracionales.
Del mismo modo, Mario Contreras, fundador de la ecoaldea Portezuelo, señala "para quienes compartimos sin duda alguna el estado de crisis de la sociedad capitalista, el hedonismo consumista que privilegia las "cosas", desplazando a las personas, especialmente en la relación de las mismas entre sí y con el resto de la Naturaleza, se hace imprescindible llevar a cabo la posibilidad de una transición
hacia un modo de vida en el que la gente y los seres vivos puedan disfrutar en forma equitativa y armónica de un bienestar estable.
Es un trabajo arduo y que se relaciona directamente con el mejoramiento de la calidad de vida no sólo de los habitantes de la ecoaldea, sino también del entorno. Como señala Hans Hebel, "la tarea no comienza con el trabajo como tal, sino con la creación de conciencia en el colectivo, cosa nada fácil si se considera el altísimo grado de cesantía, analfabetismo y alcoholismo en el sector deslindante al ecopueblo. Pero en la medida en que se generan empleos, estos mismos vecinos, aparentemente condenados a su condición de vida sacrificada, adquieren caras iluminadas mientras logran estabilizarse en su alimentación y en otras necesidades básicas. En este momento, son aproximadamente veinte familias del sector las que han encontrado trabajo en el ecopueblo y se espera que con la llegada de la electrificación subterránea, este número aumente a cien dentro de los próximos dos años".
En cuanto a las motivaciones básicas que parecen ser comunes no sólo a las ecoaldeas de nuestro país sino también a los cientos de asentamientos de esta naturaleza en todo el mundo, Mario Contreras señala: "la idea básica es integrar un grupo de ecoaldeanos que, sin apartarse del mundo, puedan ir creando una alternativa modelo, tan buena, que cualquiera quiera imitar; desde luego, con el firme compromiso de trabajar sobre sí mismo, día a día, de manera de abortar desde el comienzo cualquier desavenencia que vaya en perjuicio del grupo y de su armonía. Con disciplina, pero a su vez con celebración y gozo, la norma sería: Primero los demás, y ojalá con pocas reglas, claras y simples. Es un hecho que grandes corporaciones funcionan con reglas mínimas; con la diferencia de que las nuestras serán fruto de nuestro consenso. Tampoco vamos a desconocer el hecho de que vivir en comunidad es un tremendo desafío a nuestra personalidad, a nuestro ego. Probablemente sea la prueba más rigurosa que debamos pasar si queremos ser los parteros de la generación venidera. El desafío no es para cualquiera."
Al consultar a Hans Hebel sobre el perfil de la gente que se interesa por participar del proyecto, señala que "generalmente se trata de personas con formación profesional, criterio formado y un deseo de llegar más allá de las apariencias superficiales de la vida urbana que condicionan gran parte de la vida cotidiana. Son personas que buscan autenticidad, la belleza de lo simple y lo natural, que prefieren tomar agua con la mano, de una vertiente de agua cristalina, antes que una Coca-Cola en un recinto cerrado".
Ambos proyectos pretenden, de esta manera, convertirse en una instancia de permanente crecimiento personal e intercambio multicultural, con una importante presencia de vida espiritual canalizada en talleres y retiros, que permitan el logro de una vida más integra y conectada con la naturaleza.
Es una opción a la que se invita a todos aquellos que están en la búsqueda de estilos de vida diferentes, que permitan la búsqueda y el encuentro consigo mismos, y con un entorno de vida sustentable y comunitario.
mundo nuevo® y guía holística® son marcas registradas.
Av. 11 de Septiembre 1945, Of. 509, Providencia, Santiago, Chile
Fono: (56) (2) 363-9693 Fax: 363-9683
E-mail : revista@mundonuevo.cl
Tanto en nuestro país como en diferentes partes del mundo, las ecoaldeas ofrecen una oportunidad para todos aquellos que se interesan por habitar un espacio ecológico y comunitario.
La ecoaldea es un asentamiento a escala humana, de rasgos holísticos, donde las actividades humanas están integradas al mundo natural de manera no dañina, de tal forma que apoyen un desarrollo humano saludable, que pueda continuar indefinidamente en el futuro.
Se trata de personas que, frente al deterioro de la calidad de vida propio de las grandes ciudades y la destrucción del medio ambiente que éste desgraciadamente ha implicado, deciden habitar un espacio que se caracteriza por ser ecológico y comunitario.
Son lugares que, integrados ya sea por una decena o un centenar de personas, proponen un nuevo tipo de relaciones cooperativas y, por lo mismo, más humanas, en que se contemplan las funciones de una vida normal, como vivienda, alimento, industria, descanso y vida social en una escala equilibrada. En lugar del acostumbrado fin de dominar la naturaleza, se busca un encuentro con ella, que permita un desarrollo saludable del ser humano, lo que implica un crecimiento integral y equilibrado en los planos físico, emocional, mental y espiritual.
A pesar de que para muchos lectores puede parecer un sueño, se trata de una realidad que con trabajo y mucha paciencia se lleva a cabo no sólo en nuestro país, sino también a escala planetaria, a través de una red mundial integrada por medio centenar de aldeas ecológicas en el mundo.
Esta idea nace en los años sesenta, cuando aparecen las primeras ecoaldeas y se formula el concepto de permacultura, que consiste básicamente en la combinación de un respeto profundo por la naturaleza con la sustentabilidad económica.
Luego de cuarenta años del inicio del "movimiento verde", que comenzó con mayor presencia en América del Norte y Europa, hoy nos encontramos ante una expansión general a nivel planetario.
A las ecoaldeas chilenas (Portezuelo y Pualafquén), se suman otras experiencias a diferente escala en países como Argentina, México, Sudáfrica, India y Sri Lanka, donde una red de más de diez mil aldeas, con alrededor de nueve millones de habitantes, ha alcanzado la sustentabilidad alimentaria, comprobando la tesis de que la permacultura, una vez equilibrado el ecosistema, asegura su propia sustentabilidad.
Características de las Ecoaldeas
La construcción de un hábitat que respete el entorno es una de las principales características que definen el paisaje y las virtudes de las ecoaldeas.
De esta manera, en el área de la construcción ambiental, una ecoaldea debería contemplar el empleo de materiales naturales, el uso de fuentes energéticas renovables y la minimización de la necesidad de transporte motorizado, a lo que se suma el desafío de que las construcciones albergadas en su interior tengan un equilibrio entre lugares públicos y privados, que estimulen de esta forma la interacción comunitaria y den cabida a espacios de diversidad y creatividad.
Por lo general, las construcciones priorizan criterios estéticos y técnicos que se adecuen a su entorno.
Uno de los sistemas más utilizados es el cordwood, que consiste en albañilería con leños, que garantiza una larga duración. No se trata de una idea nueva, ya que en países como Francia se ha utilizado con excelentes resultados en casas que ya cuentan con cuatrocientos años de antigüedad. Las paredes de treinta centímetros de espesor, propias de estas construcciones, tienen un excelente aislamiento, que permite aprovechar y retener el fresco o el calor según la época del año.
Pero no es ésta la única opción, pues como la idea es respetar el ecosistema existente en cada una de las aldeas, las construcciones se adaptan al entorno y a los materiales ofrecidos por éste, de manera que se pueden encontrar construcciones en las que se utiliza no sólo madera, sino también piedra, mezclas de materiales provenientes de la tierra, reciclando de paso espacios preexistentes.
También la producción de los alimentos y de energía en la mayoría de los casos se integra con este hábitat. Un ejemplo es el método utilizado en la ecovilla argentina "Gaia", donde el régimen de vientos de la Pampa Húmeda favorece el uso de la energía eólica asegurando, de esta manera, todos los servicios de la vida urbana, incluso el acceso a Internet y la obtención de agua potable de napa.
A este caso, se suman muchos otros en los que los requerimientos básicos se obtienen mediante la energía solar, la leña, reciclando de esta manera técnicas de diversos orígenes, como de la cultura mapuche en el caso chileno, destacando así la importancia de la interacción e intercambio de información de las distintas ecoaldeas del mundo no sólo entre sí, sino también con culturas ancestrales.
Así como una de las principales características de las ecoaldeas es este respeto por el entorno a nivel arquitectónico, existe un gran cuidado por generar espacios libres de contaminación, donde los cultivos orgánicos y armónicos con el hábitat dan lugar a experiencias productivas en las que se logra una perfecta complementación entre métodos de tipo artesanal e industrial en pequeña escala.
A todo lo anterior, se suma el desafío por llegar a la construcción de relaciones que, basadas en el respeto, permitan una armonía en la asignación de recursos y la distribución de excedentes, pues como señalan los partícipes en este proyecto, se trata de plantear no sólo un espacio físico, sino también un espacio para un nuevo modelo de relaciones en las que, en contraste con las que se dan en los grandes asentamientos humanos donde el principal criterio es el de la gran escala y el de la especialización, se opta por una integración de las funciones.
Lo anterior no implica que las ecoaldeas pretendan ser completamente autosuficientes y aisladas, sino que más bien se busca un contacto mutuo y permanente con comunidades vecinas, donde se establece un espacio para el aprendizaje y la comunicación.
Un ejemplo de esto son las actividades desarrolladas por el ecopueblo Pualafquén, ubicado a pocos kilómetros del balneario de Coñaripe y del Lago Calafquén, y colindante con la reserva ecológica que lleva el mismo nombre de la ecoaldea. Como señala Hans Hebel, uno de los gestores del proyecto, "en este momento, se están desarrollando varios proyectos de silvicultura sostenible, agricultura orgánica y floricultura, además del desarrollo de la artesanía local en lana y madera. Del mismo modo, se han logrado progresos en la educación básica de los niños y niñas del sector. En ese sentido, se está capacitando a maestros rurales en las artes de la construcción ecológica tratando también de formar conciencia comunitaria en los vecinos del sector".
De igual forma, en la ecoaldea "Portezuelo", ubicada en la Región del Maule, a cincuenta kilómetros de distancia de los embalses Colbún y Machicura y cercana a las termas de Panimávida y Quinamávida, se desarrollan talleres en torno al concepto de permacultura, terapias, sanaciones y artesanía de la zona.
Tareas y Desafíos
Es importante destacar que, a pesar de que la palabra ecoaldea en un primer momento puede sugerir la idea de una aldea rural tradicional, de tecnología precaria, la experiencia muestra lo contrario, ya que el término pretende más bien enfatizar la importancia de la dimensión social de la "comunidad", ya sea en un ambiente rural o urbano. De esta manera, los habitantes de las ecoaldeas no rechazan la tecnología moderna, sino que promueven su uso de una manera sustentable, es decir, tratando de construir asentamientos que satisfagan los requerimientos de la comunidad. Tal como señala el Dr. J.T. Ross Jackson en su documento sobre el movimiento ecoaldeas, se trata de crear un espacio "que provea una alta calidad de vida sin tomar más de la tierra que lo que se le devuelve. Aspiramos a una sociedad que no niegue la tecnología existente, pero que considere la tecnología como un sirviente y no como un amo."
Otro de los desafíos que deben resolver los habitantes de estos asentamientos es el desarrollo de un sistema económico capaz de sostener el desenvolvimiento humano, partiendo del principio de la equidad y de la no-explotación de las personas. Por lo mismo, los proyectos se enfocan hacia determinar y desarrollar actividades económicas sustentables en relación tanto con los aldeanos como con el ambiente, lo que claramente dependerá de las características de cada lugar y de las capacidades de sus habitantes.
El sistema político que se adoptará es otro punto crucial, es decir, cómo se tomarán las decisiones y cómo se harán cumplir las decisiones comunitarias. Las posibilidades son tan amplias como la cantidad de ecoaldeas existentes; pero está claro que, con diferentes matices, el concepto que prima es el de re-establecer el concepto de comunidad.
De esta manera, las propuestas ofrecidas por las diferentes ecoaldeas constituyen no sólo un desafío para sí mismas, sino también un amplio campo de experimentación y de aprendizaje en pequeña escala, cuyos resultados pueden probar que son posibles otras formas alternativas de vida, en armonía con el planeta.
Aunque en la actualidad muchos de los participantes de estos proyectos concuerdan en que no hay ecoaldeas "terminadas", que cumplan con los requisitos de la definición de ecoaldea, lo que existe son muchos grupos distintos, con diferentes grados de desarrollo, cuyos esfuerzos están focalizados hacia demostrar la posibilidad de alcanzar estos patrones concretos de vida sustentable.
Nuestro País
En Chile, existen las dos ecoaldeas ya mencionadas, Pualafquén y Portezuelo, cuyos integrantes trabajan con paciencia y esfuerzo para llevar a cabo cada uno de los proyectos.
Como señala Hans Hebel, gestor del ecopueblo Pualafquén, la motivación que los impulsa es la de "crear un espacio que permita el contacto directo con la naturaleza, para reencontrarse consigo mismo inserto en la creación divina, enseñar nuevas tecnologías blandas de ecoconstrucción, crear un vínculo simbiótico entre los fundadores del ecopueblo y su entorno social predominantemente mapuche y, finalmente, crear conciencia respecto a los valores transgeneracionales.
Del mismo modo, Mario Contreras, fundador de la ecoaldea Portezuelo, señala "para quienes compartimos sin duda alguna el estado de crisis de la sociedad capitalista, el hedonismo consumista que privilegia las "cosas", desplazando a las personas, especialmente en la relación de las mismas entre sí y con el resto de la Naturaleza, se hace imprescindible llevar a cabo la posibilidad de una transición
hacia un modo de vida en el que la gente y los seres vivos puedan disfrutar en forma equitativa y armónica de un bienestar estable.
Es un trabajo arduo y que se relaciona directamente con el mejoramiento de la calidad de vida no sólo de los habitantes de la ecoaldea, sino también del entorno. Como señala Hans Hebel, "la tarea no comienza con el trabajo como tal, sino con la creación de conciencia en el colectivo, cosa nada fácil si se considera el altísimo grado de cesantía, analfabetismo y alcoholismo en el sector deslindante al ecopueblo. Pero en la medida en que se generan empleos, estos mismos vecinos, aparentemente condenados a su condición de vida sacrificada, adquieren caras iluminadas mientras logran estabilizarse en su alimentación y en otras necesidades básicas. En este momento, son aproximadamente veinte familias del sector las que han encontrado trabajo en el ecopueblo y se espera que con la llegada de la electrificación subterránea, este número aumente a cien dentro de los próximos dos años".
En cuanto a las motivaciones básicas que parecen ser comunes no sólo a las ecoaldeas de nuestro país sino también a los cientos de asentamientos de esta naturaleza en todo el mundo, Mario Contreras señala: "la idea básica es integrar un grupo de ecoaldeanos que, sin apartarse del mundo, puedan ir creando una alternativa modelo, tan buena, que cualquiera quiera imitar; desde luego, con el firme compromiso de trabajar sobre sí mismo, día a día, de manera de abortar desde el comienzo cualquier desavenencia que vaya en perjuicio del grupo y de su armonía. Con disciplina, pero a su vez con celebración y gozo, la norma sería: Primero los demás, y ojalá con pocas reglas, claras y simples. Es un hecho que grandes corporaciones funcionan con reglas mínimas; con la diferencia de que las nuestras serán fruto de nuestro consenso. Tampoco vamos a desconocer el hecho de que vivir en comunidad es un tremendo desafío a nuestra personalidad, a nuestro ego. Probablemente sea la prueba más rigurosa que debamos pasar si queremos ser los parteros de la generación venidera. El desafío no es para cualquiera."
Al consultar a Hans Hebel sobre el perfil de la gente que se interesa por participar del proyecto, señala que "generalmente se trata de personas con formación profesional, criterio formado y un deseo de llegar más allá de las apariencias superficiales de la vida urbana que condicionan gran parte de la vida cotidiana. Son personas que buscan autenticidad, la belleza de lo simple y lo natural, que prefieren tomar agua con la mano, de una vertiente de agua cristalina, antes que una Coca-Cola en un recinto cerrado".
Ambos proyectos pretenden, de esta manera, convertirse en una instancia de permanente crecimiento personal e intercambio multicultural, con una importante presencia de vida espiritual canalizada en talleres y retiros, que permitan el logro de una vida más integra y conectada con la naturaleza.
Es una opción a la que se invita a todos aquellos que están en la búsqueda de estilos de vida diferentes, que permitan la búsqueda y el encuentro consigo mismos, y con un entorno de vida sustentable y comunitario.
mundo nuevo® y guía holística® son marcas registradas.
Av. 11 de Septiembre 1945, Of. 509, Providencia, Santiago, Chile
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12/10/10
Creéme, no te guardo rencor
Por Willmer (Últimas Noticias, Venezuela)
La mujer parecía demasiado vieja, pero en realidad no llegaba a los 50 años. Dos gruesas venas azules sobresalían en sus párpados y hacían ver más grandes sus ojos azabache, que parecían contemplar el pasar del tiempo con una expresión de desprecio somnolienta y triste.
“Sabes, no te conozco. Sólo sé que vives en la parte alta del cerro, pero lo más seguro es que nos hayamos topado alguna vez en la cola del Mercal, o en bulevar o cargando agua”, comenzó a escribir con su mano derecha, arrugada y temblorosa, mientras con la izquierda apretujaba un pañuelito en el que descargaba las pocas lágrimas que aún le quedaban.
Tres niños de 9, 7 y 4 años dormían plácidamente sobre un viejo colchón que estaba en el piso, al fondo del rancho. La mujer había colocado una lámina de cartón para separar el espacio donde dormían del resto de la vivienda. Estaba sentada en una mesa de madera a la que le faltaba una pata, pero que había recostado contra la pared para que no se cayera ni se tambaleara.
“No sé cuántos hijos tienes ni cómo los educaste, o si tienes marido. No sé si ellos fueron a la escuela. Tampoco conozco los apremios económicos que de seguro has pasado en la vida. Quería decirte que yo tenía cuatro hijos: el mayor, que el tuyo me arrebató y otros tres pequeñitos que ahora duermen allí, en el colchón”.
A pesar del dolor, aquella mujer mostraba la serenidad escrupulosa de la gente acostumbrada a la pobreza. Sus cabellos espesos y entrecanos se recogían en una trenza triple que le rodeaba la cabeza. Tenía la boca seca, como si hubiese hablado toda la noche y parecía luchar por que no se le secase también el alma.
“Sabes, mi muchacho era bello, flaco y muy alto, pese a sus 17 años. Tenía la piel tostada y cuando se reía se le formaba dos huequitos en los cachetes. Si lo hubieras visto cuando se iba todas las mañanas para el banco donde trabajaba. Parecía un muñequito de torta. Yo me quedaba allí, asomada en la ventana, encomendándolo a Dios. Toda orgullosota de mi negrito”.
Las lágrimas la enceguecieron por unos instantes. Soltó el lápiz y se asomó a la ventana, tras apartar la roída y deshilachada sábana que hacía las veces de cortina. Volteó y miró a sus tres pequeñitos que yacían acurrucados en el rincón. Se acercó y los arropó con cuidado, para no despertarlos.
“Y era muy sano vale. No fumaba y sólo se echaba sus palitos cuando iba a alguna fiesta. Cuando salía de su trabajo se iba para la universidad bolivariana donde estaba estudiando periodismo. ¡Y cómo le encantaba el béisbol. Siempre me decía que de grande iba a ser como Vizquel, o como Galarraga y que iba a ganar mucho dinero para comprarnos una casa. Yo estoy segura que tu hijo no sabía nada de esto cuando me lo mató”.
Eran las once y media de una noche de luna llena del mes de septiembre. La mujer se secó el sudor del cuello y se limpió la grasa de la cara con los dedos. Respiró hondo y volvió a tomar el lápiz con su derecha temblorosa.
“Me le metió siete balazos, vale. Y todo por un piche celular. De haber sabido, hubiese vendido el televisor y le hubiera regalado uno. No te puedes imaginar lo que sentí aquella mañanita cuando me vinieron a avisar que mi hijo estaba allí, tirado en las escalinatas, en medio de un charco de sangre. Ya el tuyo no estaba. Me quedé allí toda la mañana, abrazada al cadáver aún tibio de mi negrito. Acariciándole el pelo, tratando de revivirlo con mi llanto. Es muy duro vale. Ojalá nunca pases por esto. No existe un dolor comparable. Uno siente como si le estuvieran sacando algo de adentro. Cuida mucho a tus otros hijos, dales mucho amor, habla con ellos, aconséjalos, mételos en cintura. Si en algún momento tienes que darles un cuerazo, pues hazlo, de eso no se ha muerto nadie. Lo que no puedes es perder nunca el control sobre ellos”.
La mujer soltó el lápiz y encendió un cigarrillo, al lado de la ventana. Un humo espeso la envolvió y comenzó a salir por la ventanita, como si no quisiera contaminar el interior del rancho.
“Te cuento que mi negrito era prácticamente quien nos mantenía, porque su padre murió cuando estaba el chiquitico y el papá de los otros tres tuve que dejarlo porque me quería estar pegando. Me puse a trabajar como costurera en una fábrica, pero hace seis meses que me despidieron porque el dueño quebró. Con lo que ganaba mi bebé hacíamos milagros. Yo siempre les decía que había que arroparse hasta dónde nos alcanzara la cobija. No sé qué voy a hacer ahora. Una comadre me está consiguiendo un trabajo en el CDI de Montalbán como aseadora, pero no es seguro. Sé que nada de esto te interesa, pero es que quiero desahogarme con alguien vale y quien mejor que tu para escucharme”
Por algunos segundos la mujer se quedó paralizada y con la mente en blanco, contraída por el dolor. Bajo su silencio subyacía la tristeza. El despertar de uno de los chiquillos la sacó del estado absorto en que se hallaba. Le preparó un tetero rapidito y lo llevó de nuevo al colchón.
“Sabes, la semana pasada me enteré aquí en el barrio que agarraron preso a tu hijo y te lo enviaron para El Rodeo. Te mentiría si te digo que no me alegré. Es un peo de justicia. Ojalá Dios te lo cuide allí y ojalá se enderezase ese muchacho. Me da mucha pena por ti, pero créeme nuestros dolores son totalmente diferentes”.
La oscuridad comenzó a ceder lentamente en la calle. Varios hombres caminaban presurosos con una arepa metida en una bolsita plástica. La mujer los veía pasar, aunque su mirada perdida no se detenía en ninguno de ellos. Los primeros rayos del sol penetraron imperantes por la ventana, bañando la oscuridad que reinaba en el dormitorio. Las lágrimas se habían agotado.
“Sabes, esta carta la voy a pegar allá abajo, en la entrada del barrio. Desearía que no sólo tú, sino todas las madres de esos muchachos que corretean por las escalinatas, la lean y se preocupen por ellos. No puede ser que yo me vaya a dormir y deje a mis muchachos en la calle. O que lleguen con algo que no le has comprado y no le preguntes, no investigues. Dirás que me puse moralista, media cursi. Es probable, pero son los pensamientos y sentimientos que me llegan ahora”.
“Una última cosa. Ayer leí en la prensa que las madres de los presos de El Rodeo estaban protestando a favor de la reagrupación de presos, en contra del maltrato de los guardias y pidiendo que ellos fuesen trasladados a cárceles cercanas a sus familiares. Sospecho que estabas allí y me imagino todo lo que debes pasar para ir a visitarlo. Pero sabes, yo al mío lo visito sólo los domingos y mientras tu estás en la cola con la esperanza de verlo, abrazarlo y llorar con él, yo estaré visitando al mío y depositándole unas flores en su tumba, en el cementerio del sur. Créeme, no te guardo rencor”.
La mujer parecía demasiado vieja, pero en realidad no llegaba a los 50 años. Dos gruesas venas azules sobresalían en sus párpados y hacían ver más grandes sus ojos azabache, que parecían contemplar el pasar del tiempo con una expresión de desprecio somnolienta y triste.
“Sabes, no te conozco. Sólo sé que vives en la parte alta del cerro, pero lo más seguro es que nos hayamos topado alguna vez en la cola del Mercal, o en bulevar o cargando agua”, comenzó a escribir con su mano derecha, arrugada y temblorosa, mientras con la izquierda apretujaba un pañuelito en el que descargaba las pocas lágrimas que aún le quedaban.
Tres niños de 9, 7 y 4 años dormían plácidamente sobre un viejo colchón que estaba en el piso, al fondo del rancho. La mujer había colocado una lámina de cartón para separar el espacio donde dormían del resto de la vivienda. Estaba sentada en una mesa de madera a la que le faltaba una pata, pero que había recostado contra la pared para que no se cayera ni se tambaleara.
“No sé cuántos hijos tienes ni cómo los educaste, o si tienes marido. No sé si ellos fueron a la escuela. Tampoco conozco los apremios económicos que de seguro has pasado en la vida. Quería decirte que yo tenía cuatro hijos: el mayor, que el tuyo me arrebató y otros tres pequeñitos que ahora duermen allí, en el colchón”.
A pesar del dolor, aquella mujer mostraba la serenidad escrupulosa de la gente acostumbrada a la pobreza. Sus cabellos espesos y entrecanos se recogían en una trenza triple que le rodeaba la cabeza. Tenía la boca seca, como si hubiese hablado toda la noche y parecía luchar por que no se le secase también el alma.
“Sabes, mi muchacho era bello, flaco y muy alto, pese a sus 17 años. Tenía la piel tostada y cuando se reía se le formaba dos huequitos en los cachetes. Si lo hubieras visto cuando se iba todas las mañanas para el banco donde trabajaba. Parecía un muñequito de torta. Yo me quedaba allí, asomada en la ventana, encomendándolo a Dios. Toda orgullosota de mi negrito”.
Las lágrimas la enceguecieron por unos instantes. Soltó el lápiz y se asomó a la ventana, tras apartar la roída y deshilachada sábana que hacía las veces de cortina. Volteó y miró a sus tres pequeñitos que yacían acurrucados en el rincón. Se acercó y los arropó con cuidado, para no despertarlos.
“Y era muy sano vale. No fumaba y sólo se echaba sus palitos cuando iba a alguna fiesta. Cuando salía de su trabajo se iba para la universidad bolivariana donde estaba estudiando periodismo. ¡Y cómo le encantaba el béisbol. Siempre me decía que de grande iba a ser como Vizquel, o como Galarraga y que iba a ganar mucho dinero para comprarnos una casa. Yo estoy segura que tu hijo no sabía nada de esto cuando me lo mató”.
Eran las once y media de una noche de luna llena del mes de septiembre. La mujer se secó el sudor del cuello y se limpió la grasa de la cara con los dedos. Respiró hondo y volvió a tomar el lápiz con su derecha temblorosa.
“Me le metió siete balazos, vale. Y todo por un piche celular. De haber sabido, hubiese vendido el televisor y le hubiera regalado uno. No te puedes imaginar lo que sentí aquella mañanita cuando me vinieron a avisar que mi hijo estaba allí, tirado en las escalinatas, en medio de un charco de sangre. Ya el tuyo no estaba. Me quedé allí toda la mañana, abrazada al cadáver aún tibio de mi negrito. Acariciándole el pelo, tratando de revivirlo con mi llanto. Es muy duro vale. Ojalá nunca pases por esto. No existe un dolor comparable. Uno siente como si le estuvieran sacando algo de adentro. Cuida mucho a tus otros hijos, dales mucho amor, habla con ellos, aconséjalos, mételos en cintura. Si en algún momento tienes que darles un cuerazo, pues hazlo, de eso no se ha muerto nadie. Lo que no puedes es perder nunca el control sobre ellos”.
La mujer soltó el lápiz y encendió un cigarrillo, al lado de la ventana. Un humo espeso la envolvió y comenzó a salir por la ventanita, como si no quisiera contaminar el interior del rancho.
“Te cuento que mi negrito era prácticamente quien nos mantenía, porque su padre murió cuando estaba el chiquitico y el papá de los otros tres tuve que dejarlo porque me quería estar pegando. Me puse a trabajar como costurera en una fábrica, pero hace seis meses que me despidieron porque el dueño quebró. Con lo que ganaba mi bebé hacíamos milagros. Yo siempre les decía que había que arroparse hasta dónde nos alcanzara la cobija. No sé qué voy a hacer ahora. Una comadre me está consiguiendo un trabajo en el CDI de Montalbán como aseadora, pero no es seguro. Sé que nada de esto te interesa, pero es que quiero desahogarme con alguien vale y quien mejor que tu para escucharme”
Por algunos segundos la mujer se quedó paralizada y con la mente en blanco, contraída por el dolor. Bajo su silencio subyacía la tristeza. El despertar de uno de los chiquillos la sacó del estado absorto en que se hallaba. Le preparó un tetero rapidito y lo llevó de nuevo al colchón.
“Sabes, la semana pasada me enteré aquí en el barrio que agarraron preso a tu hijo y te lo enviaron para El Rodeo. Te mentiría si te digo que no me alegré. Es un peo de justicia. Ojalá Dios te lo cuide allí y ojalá se enderezase ese muchacho. Me da mucha pena por ti, pero créeme nuestros dolores son totalmente diferentes”.
La oscuridad comenzó a ceder lentamente en la calle. Varios hombres caminaban presurosos con una arepa metida en una bolsita plástica. La mujer los veía pasar, aunque su mirada perdida no se detenía en ninguno de ellos. Los primeros rayos del sol penetraron imperantes por la ventana, bañando la oscuridad que reinaba en el dormitorio. Las lágrimas se habían agotado.
“Sabes, esta carta la voy a pegar allá abajo, en la entrada del barrio. Desearía que no sólo tú, sino todas las madres de esos muchachos que corretean por las escalinatas, la lean y se preocupen por ellos. No puede ser que yo me vaya a dormir y deje a mis muchachos en la calle. O que lleguen con algo que no le has comprado y no le preguntes, no investigues. Dirás que me puse moralista, media cursi. Es probable, pero son los pensamientos y sentimientos que me llegan ahora”.
“Una última cosa. Ayer leí en la prensa que las madres de los presos de El Rodeo estaban protestando a favor de la reagrupación de presos, en contra del maltrato de los guardias y pidiendo que ellos fuesen trasladados a cárceles cercanas a sus familiares. Sospecho que estabas allí y me imagino todo lo que debes pasar para ir a visitarlo. Pero sabes, yo al mío lo visito sólo los domingos y mientras tu estás en la cola con la esperanza de verlo, abrazarlo y llorar con él, yo estaré visitando al mío y depositándole unas flores en su tumba, en el cementerio del sur. Créeme, no te guardo rencor”.
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El autor
- Croto
- Localidad: Tierra, Región: Vía Láctea, Mexico
- Pasante de la universidad de la vida, realiza estudios en ocio creativo y aplanado de calles y caminos con maestros como el profesor emérito Papirolas, el artista callejero Llanero Solitito y el padre Chinchachoma, protector de los niños de la calle. También le han dejado grandes enseñanzas los trotamundos argentinos denominados crotos en honor al gobernante de apellido Crotto, que permitió a los vagabundos viajar en los trenes sin pagar boleto. Los crotos proponen para mejorar la sociedad, entre otras cosas, volver al trueque, lograr que el trabajo sea creativo y edificante para los individuos, caminar o utilizar vehículos que no contaminan, como la bicicleta; en vez de vivir para acumular, traer a cuestas únicamente lo que se pueda cargar en una mochila; en síntesis, sustituir el ser por el tener. En su formación también ha recibido influencia de los anarquistas y socialistas utópicos, de los beatniks estadunidenses como Jack Kerouac, de los jipis promotores del amor y la paz, y de trovadores como José Alfredo Jiménez, Bob Dylan, Chavela Vargas, Rockdrigo González, Joaquín Sabina y José Cruz.